jueves, 3 de junio de 2010

El oficio de escuchar




Fioravante Forchetti, mi padre.




Estamos reunidas en la sala de espera de pediatría, en el Hospital Eva Perón de Cnel. Dorrego.
Hay un grupo de madres con sus pequeños hijos, algunas muy jóvenes, casi todas en situaciones difíciles.
Hay algún bebé dormido en la teta.
Laura y Mónica, que coordinan estos encuentros de crianza, me pidieron que venga a contarles cuentos a las mamás, a charlar con ellas de las palabras.
Les he contado un cuento que habla de la luna y he buscado sus ojos, mamá por mamá, pero no me ha sido fácil.
El silencio no cobijado por la mirada se siente vacío, nos deja solos.
Por eso he buscado sus ojos y poco a poco, nos hemos encontrado en la mirada y en alguna palabra, tímidas ellas y yo.
Intentamos hacer memoria, recordar (volver a pasar por el corazón) las palabras que alguna vez recibimos.
Prevalece la queja: -Nunca me contaron cuentos…nunca, nadie, no sé, no sé qué, no puedo.
Los nenes suben y bajan del upa de las rodillas, algunos salen a jugar al patio, otros escuchan mientras desparraman juguetes de una caja.
Empiezan a aparecer los primeros hilos de la memoria: una abuela, los domingos de pesca en el arroyo, una hermana, las maestras.
Y entonces, una de las mamás, Liliana, me dice: -Yo me acuerdo de las historias que nos contaba tu papá, Laura.
Silencio, miradas.
-Fui a la escuela técnica y en primer año tuve carpintería con tu papá. Siempre nos contaba historias, de cuando vivía en Italia, de cuando vino para Argentina. Tenía la voz bajita, todos nos quedábamos en silencio, dejábamos de lijar para no hacer ruido, para escucharlo. Se nos iba la hora en eso, no hacíamos nada. Pero nos encantaba escuchar las historias que contaba.
Mientras habla, Liliana hace el gesto de lijar, como si tuviera la madera y la lija en las manos y después, la suspensión del movimiento, el hacer silencio.
Hay una emoción que tensa el aire amarillo de la siesta, un instante como una piedrita que de pronto se pone a brillar.
Lo que sigue se vuelve más dulce, más suave. Hay una trama que se ha tejido, estamos reunidas ahora.
Me siento en el piso, les pido que se acerquen.
Les cuento/muestro un libro que habla de dos hermanos descubriendo la noche.
Después, nos despedimos sonriéndonos con los ojos.
Vuelvo a casa conmovida y llena de dudas.

Nota al pie:
Al día siguiente, una de las mamás, Andrea, va al Hospital. Laura le pregunta:
-Andrea, ¿por qué estaban tan calladas ayer? No hablaron casi nada.
-Es que queríamos escucharla a ella.

Otra nota al pie:
Quiero contarle a mi hermana esto, esa imagen de mi padre que acabo de descubrir, como si fuera un tesoro, algo que estaba oculto para nosotras y ahora hemos recibido como un regalo, como un don inesperado.
Guardo dentro de mí la fotografía que puedo ver con claridad: el aula llena de virutas, el Pinocho que había hecho una vez con los alumnos y quedó ahí para siempre, todavía; su guardapolvo gris, el lápiz en la oreja, sus gestos tranquilos. Y los pibes, escuchándolo, las herramientas detenidas en sus manos.




4 de mayo de 2010

2 comentarios:

Ricardo Varrenti dijo...

Hola Laura, yo tambien fui a la ETI No 1 y fui alumno de tu papa y tambientrabaje un verano para el en su carpinteria siendo alumno, alla por el año 1973 y aun hoy recuerdo con admiracion y respeto a tu viejo... fue unas de las personas mas trascendentes en mi vida aunque nunca se lo dije, un corazon de oro... abrazos. Ricardo Varrenti (h).

Laura Wittner dijo...

qué hermoso este texto, laura.