viernes, 5 de noviembre de 2010

El clavel del aire


De pronto, la mañana del martes creció como una anémona verdegris: el clavel del aire.
Toda una filosofía –diría Pessoa- una liviana manera de estar aquí, suspendido vaya una a saber de qué, alimentado de la luz.
-Mirá lo que te traje –dice Nicolás, pantalón corto, ojos negrísimos, una rasta sobresaliendo de su pelo.
-Un clavel del aire, justo un clavel del aire, Nico.
-Colgalo en tu patio. Ves, acá está creciendo.
El brote verde más verde que el otro verde un poco gris.
¿De qué viven estas flores?
Alrededor de la mesa donde escribimos, entre los cuadernos, las figuritas, las lapiceras de colores, se conversa del clavel del aire.
-Traeme uno que tenga una flor –pide Candela.
-En mi casa hay uno.
-Este es del de mi abuelo, es enorme. Le tuvo que poner unas maderas porque crece y crece.
-¿Tiene flores blancas?
-No, las flores son rositas, un poco violetas.
-¿Pero de qué vive esta flor?
-¿No les parece que las palabras son como el clavel del aire?
-Sí, están en el aire. Me gusta esa idea.
-Hagamos un libro que se llame El clavel del aire.
Felicidad que crece invisible, escondida.
Como el clavel, suspenderse del cielo, apenas respirar, darse al viento, raíces en el aire.
Raíces en el aire, en la transparencia donde alguien estuvo, besó rápido, hizo un gesto que nadie pudo entender, algún deber o ayuda, una palabra sin importancia, escribió un nombre, esperó.
¿De eso vive esta flor?
La canción de Guastavino, un niño de nueve años, la mañana de todos los muertos, un chal de lana violeta, llegar con una sonrisa, que nos pongan en la mano – la mano distraída, pensando en las llaves o los anteojos- en la mano aparecer del clavel del aire, sostenerse ahí.
Cuando una no pidió nada, no dijo quiero volver a ver el mundo, cómo se da forma en las hojas que retienen la lluvia o el rocío, el sol, dan hijos, preparan perfume, abren las estaciones.
Una no pidió una señal de que se vive de casi nada, en la ignorancia de no saber cómo llegamos hasta aquí.
Clavel del aire, ahora lo repito para traer la voz de mi abuela y de su madre y de la madre de su madre.
Mujeres de los suspiros del clavel del aire, contando secretos a su oreja colgada de un clavo en el pared, oreja que devuelve la voz al aire, se la lleva, voz suspendida de las barredoras, las lavanderas de patio, las soñadoras.
Señal de tanto este clavel en mi mano al entrar en la clase y quedar suspendida como una flor sin ninguna importancia.
-Mirá lo que te traje –dice Nicolás y el día se vuelve otro.


http://www.youtube.com/watch?v=2TG_FIHtJd4

martes, 22 de junio de 2010

Poemas en la calle




Viernes 11 de junio, Dorrego

Nicolás trajo el susurrador rojo, delgado, tan alto como él mismo.
Ese tiene un sonido especial, una vibración rara -dirá después la secretaria del intendente, cuando pasemos por su oficina a susurrarle.
La fresa/se encandila/se posa /en las hojas/del otoño
¿Quién se esconde?/El rojo.
Repite la boca en el tubo de cartón, el pequeño poema.
¡Qué imágenes bonitas!- dice Nazareno. A él lo encontramos en la avenida: -Tenés que sacarte los auriculares, vamos a susurrarte un poema –le dije y Nicolás fue con el rojo.
La escena se multiplica, la poesía como los panes.
Nicolás, Clara, Francisco, Candela, Rodrigo, Agustina, Facundo, Ariadna, los niños y Eliset, que nos acompaña.
Salimos a la calle con los susurradores. Es viernes, son las once de la mañana, la gente que hace trámites y compras, se sorprende, se acerca, se deja seducir por las palabras.
Las escenas mínimas arman una improvisada obra teatral. De pronto, todos somos otros. Portando nuestros susurradores nos atrevemos a ser otros, como si lleváramos máscaras, un permiso de juglares, un aura de profetas.
Cuando le susurro Mariposas, de Mansfield, a una consejera escolar que cruzo en la vereda, se le llenan los ojos de lágrimas. Venía con la cabeza así y esto me calmó.
Seño, a los que les digo la poesía de la patria me dan un beso, cuenta Candela, su dulzura.
Hay un pibe sobre una moto esperando a alguien en la puerta de la escuela uno, me mira con curiosidad. ¿Querés un poema? Eso sí, tenés que sacarte el casco. Y se descubre y sonríe.
Nos detenemos un rato en la puerta del Banco de la Provincia, a los que entran y a los que salen, les susurramos poemas. Hay quien pide bis.
Y hay más: Francisco que se cruza de calle para susurrarle a la mujer policía y un señor con perro que se ríe y se queda parado sin saber qué hacer, como si tuviera el poema entre las manos y le quemara.
Antes de volver a la Casa de la Cultura, Eliset nos propone una intervención en la municipalidad.
Los pibes entran haciendo bochinche, van oficina por oficina.
Yo le susurro a un cajero y después me voy a la cabina de la telefonista ¿Querés un poema?
El 452212 suena, pero no hay apuro, ahora lo importante es escuchar versos.
Será en el primer piso, alrededor de la oficina del intendente que regalaremos poesía a los concejales, a algunos directores y subdirectores, secretarias y secretarios.
Una jovencita, cuando termino de susurrarle, me pide el tubo y lo mira por dentro. ¡Cómo suena, qué bárbaro! ¿No tiene nada, no?
Lástima que el intendente no vino a preguntar qué estábamos haciendo ahí.

(Susurramos poemas por la calle con los chicos del Taller de Palabras de la dirección de Cultura de la Municipalidad,
¡gracias a los chicos!)

lunes, 7 de junio de 2010

Leemos a Fernando Pessoa


Estornudo
Tengo un gran resfriado,
y todo mundo sabe cómo los grandes resfriados
alteran todo el sistema del universo,
nos enfadan con la vida,
y hacen que estornudemos hasta la metafísica.
He perdido el día entero sonándome.
Me duele ligeramente la cabeza.
¡Triste condición para un poeta menor!
Hoy soy verdaderamente un poeta menor.
El que fui otrora fue un deseo:se esfumó.
¡Adiós para siempre reina de las hadas!
Tus alas eran de sol, y yo por aquí sigo.
No estaré bien si no tumbándome en la cama.
Nunca estuve bien salvo tumbándome en el universo.
Con perdón, señor...¡ Qué gran resfriado físico!
Necesito verdad y aspirinas.

Fernando Pessoa

Y los chicos de 3° de la Escuela 2 de Aparicio dijeron:

Estornudé el corazón y los pulmones.
Los ojos, la nariz.
Estornudé el pelo y me quedé pelada.
Estornudé los dientes como si fueran papas fritas.
Estornudé las orejas y salieron volando por la ventana.
Estornudé mi sombra y mi alma.


(la cara de resfriado la dibujó Vittorio Lemus)



Recuerdo unas caras de niño


que entonces calzaban justo en mi cuello


Javier Villafañe


Mirar, pensar, dibujar, escribir


entre todos


un poema:




Me gustan las caras de buenos días,
las lindas, las caras felices.
Las caras de asombro, de pajarito, de aburrida.
Las caras de inteligente, de enojado, muy enojado,
con las cejas juntas.
Las caras de león bostezando, de silla,
de bruja voladora,
de vidrio transparente.
Me gustan las caras de animal cabeza para abajo
y pies para arriba.
Las caras de dinosaurio, de bestia, de perezoso,
de número.




No me gusta la cara de maestra enojada.
La cara de la foto
cuando no me quiero sacar la foto.
La cara de lastimado, de triste, de miedo.
La cara metida en la bolsa.
La cara con careta.
La cara de lapicera sin tinta,
de auto sin luces,
de mano sin uñas.
La cara de tijera, de cuchillo.
La cara de mi mamá con el pelo enganchado
en las ramas de los árboles.
La cara de las palomas
cuando hacen caca arriba de nuestras cabezas.
La cara de luz apagada, no me gusta.




Vitto, Violeta , Inés y Sol

jueves, 3 de junio de 2010

El oficio de escuchar




Fioravante Forchetti, mi padre.




Estamos reunidas en la sala de espera de pediatría, en el Hospital Eva Perón de Cnel. Dorrego.
Hay un grupo de madres con sus pequeños hijos, algunas muy jóvenes, casi todas en situaciones difíciles.
Hay algún bebé dormido en la teta.
Laura y Mónica, que coordinan estos encuentros de crianza, me pidieron que venga a contarles cuentos a las mamás, a charlar con ellas de las palabras.
Les he contado un cuento que habla de la luna y he buscado sus ojos, mamá por mamá, pero no me ha sido fácil.
El silencio no cobijado por la mirada se siente vacío, nos deja solos.
Por eso he buscado sus ojos y poco a poco, nos hemos encontrado en la mirada y en alguna palabra, tímidas ellas y yo.
Intentamos hacer memoria, recordar (volver a pasar por el corazón) las palabras que alguna vez recibimos.
Prevalece la queja: -Nunca me contaron cuentos…nunca, nadie, no sé, no sé qué, no puedo.
Los nenes suben y bajan del upa de las rodillas, algunos salen a jugar al patio, otros escuchan mientras desparraman juguetes de una caja.
Empiezan a aparecer los primeros hilos de la memoria: una abuela, los domingos de pesca en el arroyo, una hermana, las maestras.
Y entonces, una de las mamás, Liliana, me dice: -Yo me acuerdo de las historias que nos contaba tu papá, Laura.
Silencio, miradas.
-Fui a la escuela técnica y en primer año tuve carpintería con tu papá. Siempre nos contaba historias, de cuando vivía en Italia, de cuando vino para Argentina. Tenía la voz bajita, todos nos quedábamos en silencio, dejábamos de lijar para no hacer ruido, para escucharlo. Se nos iba la hora en eso, no hacíamos nada. Pero nos encantaba escuchar las historias que contaba.
Mientras habla, Liliana hace el gesto de lijar, como si tuviera la madera y la lija en las manos y después, la suspensión del movimiento, el hacer silencio.
Hay una emoción que tensa el aire amarillo de la siesta, un instante como una piedrita que de pronto se pone a brillar.
Lo que sigue se vuelve más dulce, más suave. Hay una trama que se ha tejido, estamos reunidas ahora.
Me siento en el piso, les pido que se acerquen.
Les cuento/muestro un libro que habla de dos hermanos descubriendo la noche.
Después, nos despedimos sonriéndonos con los ojos.
Vuelvo a casa conmovida y llena de dudas.

Nota al pie:
Al día siguiente, una de las mamás, Andrea, va al Hospital. Laura le pregunta:
-Andrea, ¿por qué estaban tan calladas ayer? No hablaron casi nada.
-Es que queríamos escucharla a ella.

Otra nota al pie:
Quiero contarle a mi hermana esto, esa imagen de mi padre que acabo de descubrir, como si fuera un tesoro, algo que estaba oculto para nosotras y ahora hemos recibido como un regalo, como un don inesperado.
Guardo dentro de mí la fotografía que puedo ver con claridad: el aula llena de virutas, el Pinocho que había hecho una vez con los alumnos y quedó ahí para siempre, todavía; su guardapolvo gris, el lápiz en la oreja, sus gestos tranquilos. Y los pibes, escuchándolo, las herramientas detenidas en sus manos.




4 de mayo de 2010

Poema visual


La palabra aparece

pintada

con acuarelas

trazo grueso del pincel y manchas,

se enciende

llena de oscuridad

de negro Sol.


Esto es lo que hace Solcito una tarde

cuando le pido que dibuje su nombre amarillo.

miércoles, 2 de junio de 2010

ventana con flores amarillas


El amarillo en la naturaleza

es más raro que todos los colores.

Es que ella –pródiga de azul-

lo ahorra para los ocasos.


Mientras derrocha el escarlata

mujer al fin- entrega el amarillo

escasamente y eligiéndolo,

como una amante elige sus palabras.


Emily Dickinson


miércoles, 3 de marzo de 2010

Volver en marzo


Todo lo esperamos del verano, los amores arrebatados y los días tendidos largamente al deseo.
Empieza el año en el intervalo del pensamiento, ya habrá que volver después a las palabras justas, a la violencia de estar viva.
Por ahora, es el verano, la siesta, su dulce olor, la delicia del durazno. Como cuando éramos chicas, el final de las clases, las largas horas en el vacío, enumerar estrellas.
Del verano son los días contados todo el año, guardados a la felicidad.
Irse como si fuera para siempre, olvidarse de todos, ser olvidada. Por quince días otra, cualquiera, menos la que vemos el resto del año en el espejo.
Todo lo esperamos del verano
pero es tan hermoso volver a casa, como volver al cuerpo que amamos.
Volver en marzo, sin la esperanza de la pasión, con el lento arder del otoño, su trabajo sobre las cosas.
Cerrar el verano tendidas en la corriente del tiempo, atentas a sus delgadas espinas y a la inesperada felicidad
pétalos que vuela el viento y deposita sobre nuestros vestidos
jugamos un poco con ellos entre los dedos y dejamos, después, que se deshagan
como la lluvia.

Los diez oficios del ojo


No dejaré de colocar, entre estos preceptos, una invención que, aun cuando pequeña y ridícula, es útil para excitar la imaginación. Contempla un muro embadurnado de manchas o de piedras mezcladas; verás en él paisajes, montañas, ríos, batallas, grupos; descubrirás extraños aire de paisajes que podrás reducir a una buena forma.
Ocurre con ese muro como con el sonido de la campana, en el que oirás tu nombre o un vocablo imaginado por ti.
De los diez oficios del ojo: claridad, tinieblas, cuerpo y color, figura y posición, alejamiento y proximidad, movimiento y reposo. De esos oficios estará tejida esta mi obrita….
Leonardo Da Vinci, Brevarios.


Fue en agosto de 2009, en El árbol del cielo, un viernes a la tarde:
Leímos el fragmento de Leonardo, su versión del viejo juego del muro descascarado y salimos, cuaderno y lápiz dispuestos, a la calle.
Buscamos un paredón embadurnado de manchas y allí practicamos el juego: dibujos, palabras, borradores.
Después, reunidos otra vez alrededor de la mesa, con la lista de las visiones obtenidas sobre el paredón y la lista de los oficios del ojo –su puesta en práctica, su repentina intuición, el misterio que producían en los niños algunas palabras - escribimos nuestro extraño aire de paisajes, que aquí va:


Muro descascarado (o los diez oficios del ojo)



Veo el alejamiento de las siluetas de las casas y las tinieblas de un amanecer.
Claridad en la piel del canguro.
Las figuras de los ojos de mi gato.
Color de manzana del corazón, de las flores de un nene.
Veo el color del brillo del hada al volar.
Veo el cuerpo de un paisaje desnudo.
El cuerpo de un niño cayendo.
Veo el reposo tranquilo de un hombre sentado.
El movimiento de un corazón enamorado.
Veo la proximidad de un mono ágil.
La proximidad del atardecer rosado.
La proximidad de una oveja esponjosa como una nube.
Veo la proximidad del cielo.
Veo la posición de mis ojos que miran.

Agustina González Simón, 10 años; Jazmín Briatore, 9 años; Isabella Briatore, 10 años; Marina Chiaradía, 11 años; Pablo Lemus, 13 años; Victorio Lemus, 9 años

lunes, 8 de febrero de 2010

Más "sueños con sandías" de Graciela San Román







Rosa nocturna, señora del mundo




Madre Reina del Verano




Graciela San Román ilustró la oración a la sandía.
Toda una serie de reinas y colores.
Aquí, una parte de esos sueños.

lunes, 1 de febrero de 2010

Oración a la sandía


Oración a la Sandía

Bellísima Madre Sandía Reina del verano
Señora del Mundo Mar del Deseo
Señora Reina del Tejido enredado de los Surcos
Madre del Amor hermoso
Madre Creadora del Vientre repartido
farolitos amarillos lámparas rojas
Madre Reina del dulcísimo Corazón
Rosa del Mediodía ardiente de los abandonados
Rosa del Agua desbordada del Ocaso
Rosa Nocturna que enciende el Amor con los dientes
Rosa del Cielo olvidada en la Tierra
Rosa de la Fruta excesiva
Refugio de los silenciosos
Dulce Huésped de nuestros patios Alivio de las penas
Guárdanos en tu cuerpo Morada del sereno tenderse
Guárdanos bajo el Manto verde de tu Gracia al Sol
Guárdanos en la Delicia vegetal de tu Alma
En el Huevo que alumbra la Vida
Sana nuestras enfermedades Doma nuestra dureza
Enfervoriza lo que está yerto
Guárdanos en tu Eterna Condición de Cabeza de Niña
de Hada de Paraguas
Madre Estrella de la Luz Madre Estrella de la Mañana
Espejo de la perfumada Carne Del azúcar de los Amantes
Rueda sobre la Tierra hasta llenarla de tu Semilla oscura
Rueda hasta que se haga el Sol salvaje de la tarde
Mira con ojos de Piedad nuestra condición vertical
Nuestra violenta impaciencia Sedientos hijos del tiempo
Cría otra vez nuestro Corazón devastado por la aridez
Rueda sobre nuestros Días hasta encenderlos con Tus Siete Dones
Bellísima Madre Sandía Apasionada Flor de la dulce Lengua
Bésanos en la boca
Así sea

Laura forchetti
20 de agosto 2009