miércoles, 27 de noviembre de 2013

La palabra con alas

Compartimento C , Edward Hooper

Leer es un irse de a poco, “irse desgajando línea a línea”, dice Cortázar, en una balsa, descubriendo sobre la marcha el telar del destino, hoja por hoja, irse.
Un libro es otro mundo hecho de palabras, de imágenes, de ideas. Abrir un libro es soltar las alas y echarse a volar, dejándose sumergir en las aguas de la ficción.
Leer es cerrar un pacto nunca acordado, pero acentido desde la primera palabra, creer como un fanático lo que susurran las oraciones mientras avanzan y las otras se fugan de la vista.
La literatura es arte, pero más que arte es una forma de vivir, de ver al mundo, de verse a uno mismo. El que lee está en carne viva a la intemperie del sol y la tormenta, dentro de él se desatan batallas, se despiertan luces, se construyen y destruyen conceptos y arquitecturas que pueden resistir el tiempo o desmoronarse de un soplo.
Cuando se mira a alguien que lee lo que menos que se podría pensar es en movimiento. Sin embargo esto no es así, una secuencia vertiginosa fluye como un feroz río por sus adentros, inundando y carcomiendo su percepción, regalándole una amnesia sin que se de cuenta, mientras anda por esa tierra fundada en las palabras, olvidando por un tiempo inexacto la realidad.
Una persona que lee es más difícil de influenciar, de manipular, tiene la capacidad de esgrimir un argumento, dar fuerza a su pensar.
Leer un libro es leerle la mente a otro, ver transformado en letras el corazón y el alma de quien encuentra en la escritura un refugio.
A las palabras no se las lleva el viento, nos atraviesan, se nos clavan, nos perforan y penetran, no se las lleva el viento, se las queda la memoria y las disfraza de recuerdos. Las palabras hieren, las palabras sanan, las palabras son luz o sombra, las palabras son más que palabras.
A veces un libro se transforma en algo más que letras en un papel, puede ser tantas cosas, menos algo inútil. Un libro se hace parte de uno, nos complementa, nos llena, más o menos, el vacío que otro dejó en nosotros.
He visto  gente llevar a los libros contra su pecho, eso me enternece, imagino que contagian latidos, un trozo de alma que se impregna en las páginas.
Una palabra  puede decir mucho más de lo que uno piensa, están repletas de simbolismos, significados, representaciones. Las palabras van más allá de sus fronteras, “por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosas”, recita Alejandra.
Leer te cambia el mundo, ves con otros ojos la realidad, sentís de otra manera, dilatás tus horizontes. Pensar que un libro puede hacer tantas cosas es maravilloso y hasta sobrecogedor.
Leo para sentirme completo, infinito, cuando algo falta en mi día leo, leo con la noche, bajo su silencio, las estrellas son las palabras, constelaciones en mi memoria.
Un libro es un jardín misterioso, un universo de puertas abiertas a lugares impensados.
Cuando leo vuelo, me extingo y resucito, cuando leo soy fénix, cuando leo vivo.

Lucas Beneyto



sábado, 21 de septiembre de 2013

Mirta Colangelo, primavera!

Ciruelo de mi puerta, si no volviese yo,
la primavera siempre volverá.
Tú,  florece.

Anónimo Japonés














Te encontré en el jardín de tu casa cerca del mar.
Nos reunimos bajo el aromo florecido, tu perfume se mezclaba en el amarillo.
Una pareja de benteveos, en la aguja más alta, puso una nota violeta agudo antes de que se borre el día.

Entonces supe otra vez el secreto de la vida –aquel de Levertov-  que descubriste para mí en tantos poemas y que siempre olvido y que siempre vuelvo a encontrar.



jueves, 22 de agosto de 2013

Leemos a Girondo y después...

¡Qué vida!




Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Oliverio Girondo



-¡Nene, dejá de hamacarte en la silla!

Todo era hamacarme, hamacarme acá y hamacarme allá.
En el baño, en la cama, en la hamaca (obvio), en la silla, en la mesa, en el perro y también en el gato, para no ser injustos.
Hamacarme, hamacarme y hamacarme.
Hamacarme en el agua, en la tierra y en el aire.
Con mi tío, con mi tía.
Hamacarme en la escuela, en el viaje, en el lavarropas y en la cocina.
Hamacarme cuando llueve, cuando tomo la sopa, cuando lavo, cuando barro y cuando pongo la mesa. Hamacarme.
¡Siempre me hamaco!


Vittorio L.

jueves, 8 de agosto de 2013

Poesía en colores

Del taller de palabras en Casa de la Cultura:

Pirigallo

El domingo
del verde
se espeja.
Marinero
de cartón
tomá este
caracolito
es tan
requechitititico.

Emilse B. (7 años)

Renato D. ¿Dónde se habrá metido el azul?
¿Dónde se habrá metido?


Dana Z. El negro...cuando tenga alas de murciélago
iré a visitarlo.

Milena L.: Un lobo aullenta a la luna
                      como los ojos del universo
           alguien la encontrará.

Florencia G.

Lourdes A. Rojo: me pongo furiosa.

Emilce B.

Julieta F.: Ay...verde!

Julieta M.: ...medio rosado.

lunes, 5 de agosto de 2013

Escenas infantiles

la sonrisa de luz
cuando dice
la voz de pajarita
agudo de pájara
las trenzas amarillas
de pie
sobre una rama llena
de capullos
dice luz trina

atrás el cielo rosa con sus flores
-mañana habrá viento-
rayas rojas y doradas
-mañana soplará el viento-

voz de pajarita
balanceándose
en una rama cargada
de capullos
arrastran las trenzas
hasta el piso
trepan los caracoles
el hilo de plata
trina:
ahora escribimos de la lluvia






lunes, 8 de abril de 2013

No hago otra cosa más que leer...(biografía de la quietud)

Mansfield, anoche -¿Qué puede hacer una en medio de la plena perfecta felicidad?- entre tantas que han sido estas noches de mis cuarenta –Woolf, Lessing, Duras, Lispector, Andruetto,
amnesia de Muschietti, Storni, Dickinson- mis hermanas. Venía del lenguaje hecho y deshecho de Vallejo, de Pessoa, de simbolistas e imaginistas, de poetas de los noventa, de novelas clásicas que finalmente tenía la paciencia de leer a mis treinta. Después de García Márquez y sus compadres, de Gelman, de Walsh, de los libros de la identidad en los ochenta. Y antes, Pizarnik y los surrealistas y Neruda y Cortázar, salir de la adolescencia; volver a entrar con Ana Frank, con Lorca, con las últimas mujercitas, ya casi no me acuerdo. Las Alicia, los Robin Hood, Sigmar y C. C. Vigil. Lejos, todavía me espera Pinocchio, así, en italiano.

El libro que nos busca (o: Una lectora seducida)





Soy una mujer, soy una persona, soy una atención, soy un cuerpo mirando por la ventana. Del mismo modo, la lluvia no está agradecida por no ser una piedra. Ella es la lluvia. Tl vez sea eso lo que se podría llamar estar vivo. No es más que esto, sólo esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa. Silencio. No es más que esto, sólo esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa.

Silencio, Clarice Lispector



Con ese calor,-¿era enero del 2006, 2005?-  en la mesa de saldos, el olor transpirado de la vieja tinta y el papel de tantos otros cuerpos apilados, por eso busqué tu  mano, que rozaras mi cubierta oscura, los ojos, los seis ojos para mirarte. Y tu mano pasó sobre mi cubierta, me acercó a tus ojos. Te decidiste rápido, era poca plata, un riesgo menor. Ah…pero no sabías. La escritura de Clarice es una red sutil y perturbadora, podés huir, esconderte, mirar para otro lado, no entender, jugar a no entender, pero vas a volver, abrir las páginas, repetir, leer en voz alta, dejar que te llamen con ese nombre. 
Ahora tenés un estante lleno de Clarices, es tu tesoro. Ya no podrías vivir sin esos libros, te buscás en ella, te perdés...