Es mi mano –pero digo la mano- la que recorta papeles de colores –verde, amarillo, rosa apenas, el naranja- para llevar a tres nenas y un nene que escribieron poemas; para que escriban sus poemas –pequeños- en los papeles de colores.
Los poemas de los niños son inconscientes, ignorantes, despreocupados; ignoran las capas –mantos, manteles, mantillas- que cubren las palabras y las desvelan. Pero no ignorancia por no saber, ignorancia por levedad. Las palabras pasan al vuelo y las atrapan, como si miraran estrellas: elijo esa, la nombro –pequeña, hermana, hada, ojito de muñeca- me la guardo.
Así las palabras que ven pasar -servidas en la mesa- las elijen y ubican en el poema como un soplo –feliz cumpleaños- el deseo se planta ahí, titila en la luz de la vela, dura apenas -¿te acordás lo que pediste/deseaste hace un mes, un año? –un soplo las palabras en el poema, en la ignorancia extendida como belleza que abre el infinito, el espacio plagado de estrellas –todas en los ojos- todas nuestras- como las palabras que ponen en el poema:
asomadita/ ya por las tardes/ se acerca la primavera
Poemas nacidos de la distracción concentrada en las palabras, en la ignorancia de los diccionarios, las poéticas, angustias –preocupación y atención de los niños en las palabras nuevas -¿está bien así? ¿cómo se escribe? – un gato, la tarde, cosas que se esconden en la manzanilla, se respiran (sin nombrar) eso, lo que escriben en papelitos de colores y puede encender el fuego dulcemente acaso:
con canciones de alas/ canta un grillo/ debajo de la cama
la noche/ es un gato negro/ se esconde/ en el cajón del ropero
laura f. septiembre 2010
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