Viernes 11 de junio, Dorrego
Nicolás trajo el susurrador rojo, delgado, tan alto como él mismo.
Ese tiene un sonido especial, una vibración rara -dirá después la secretaria del intendente, cuando pasemos por su oficina a susurrarle.
La fresa/se encandila/se posa /en las hojas/del otoño
¿Quién se esconde?/El rojo.
Repite la boca en el tubo de cartón, el pequeño poema.
¡Qué imágenes bonitas!- dice Nazareno. A él lo encontramos en la avenida: -Tenés que sacarte los auriculares, vamos a susurrarte un poema –le dije y Nicolás fue con el rojo.
La escena se multiplica, la poesía como los panes.
Nicolás, Clara, Francisco, Candela, Rodrigo, Agustina, Facundo, Ariadna, los niños y Eliset, que nos acompaña.
Salimos a la calle con los susurradores. Es viernes, son las once de la mañana, la gente que hace trámites y compras, se sorprende, se acerca, se deja seducir por las palabras.
Las escenas mínimas arman una improvisada obra teatral. De pronto, todos somos otros. Portando nuestros susurradores nos atrevemos a ser otros, como si lleváramos máscaras, un permiso de juglares, un aura de profetas.
Cuando le susurro Mariposas, de Mansfield, a una consejera escolar que cruzo en la vereda, se le llenan los ojos de lágrimas. Venía con la cabeza así y esto me calmó.
Seño, a los que les digo la poesía de la patria me dan un beso, cuenta Candela, su dulzura.
Hay un pibe sobre una moto esperando a alguien en la puerta de la escuela uno, me mira con curiosidad. ¿Querés un poema? Eso sí, tenés que sacarte el casco. Y se descubre y sonríe.
Nos detenemos un rato en la puerta del Banco de la Provincia, a los que entran y a los que salen, les susurramos poemas. Hay quien pide bis.
Nicolás trajo el susurrador rojo, delgado, tan alto como él mismo.
Ese tiene un sonido especial, una vibración rara -dirá después la secretaria del intendente, cuando pasemos por su oficina a susurrarle.
La fresa/se encandila/se posa /en las hojas/del otoño
¿Quién se esconde?/El rojo.
Repite la boca en el tubo de cartón, el pequeño poema.
¡Qué imágenes bonitas!- dice Nazareno. A él lo encontramos en la avenida: -Tenés que sacarte los auriculares, vamos a susurrarte un poema –le dije y Nicolás fue con el rojo.
La escena se multiplica, la poesía como los panes.
Nicolás, Clara, Francisco, Candela, Rodrigo, Agustina, Facundo, Ariadna, los niños y Eliset, que nos acompaña.
Salimos a la calle con los susurradores. Es viernes, son las once de la mañana, la gente que hace trámites y compras, se sorprende, se acerca, se deja seducir por las palabras.
Las escenas mínimas arman una improvisada obra teatral. De pronto, todos somos otros. Portando nuestros susurradores nos atrevemos a ser otros, como si lleváramos máscaras, un permiso de juglares, un aura de profetas.
Cuando le susurro Mariposas, de Mansfield, a una consejera escolar que cruzo en la vereda, se le llenan los ojos de lágrimas. Venía con la cabeza así y esto me calmó.
Seño, a los que les digo la poesía de la patria me dan un beso, cuenta Candela, su dulzura.
Hay un pibe sobre una moto esperando a alguien en la puerta de la escuela uno, me mira con curiosidad. ¿Querés un poema? Eso sí, tenés que sacarte el casco. Y se descubre y sonríe.
Nos detenemos un rato en la puerta del Banco de la Provincia, a los que entran y a los que salen, les susurramos poemas. Hay quien pide bis.
Y hay más: Francisco que se cruza de calle para susurrarle a la mujer policía y un señor con perro que se ríe y se queda parado sin saber qué hacer, como si tuviera el poema entre las manos y le quemara.
Antes de volver a la Casa de la Cultura, Eliset nos propone una intervención en la municipalidad.
Los pibes entran haciendo bochinche, van oficina por oficina.
Yo le susurro a un cajero y después me voy a la cabina de la telefonista ¿Querés un poema?
El 452212 suena, pero no hay apuro, ahora lo importante es escuchar versos.
Será en el primer piso, alrededor de la oficina del intendente que regalaremos poesía a los concejales, a algunos directores y subdirectores, secretarias y secretarios.
Una jovencita, cuando termino de susurrarle, me pide el tubo y lo mira por dentro. ¡Cómo suena, qué bárbaro! ¿No tiene nada, no?
Lástima que el intendente no vino a preguntar qué estábamos haciendo ahí.
Antes de volver a la Casa de la Cultura, Eliset nos propone una intervención en la municipalidad.
Los pibes entran haciendo bochinche, van oficina por oficina.
Yo le susurro a un cajero y después me voy a la cabina de la telefonista ¿Querés un poema?
El 452212 suena, pero no hay apuro, ahora lo importante es escuchar versos.
Será en el primer piso, alrededor de la oficina del intendente que regalaremos poesía a los concejales, a algunos directores y subdirectores, secretarias y secretarios.
Una jovencita, cuando termino de susurrarle, me pide el tubo y lo mira por dentro. ¡Cómo suena, qué bárbaro! ¿No tiene nada, no?
Lástima que el intendente no vino a preguntar qué estábamos haciendo ahí.
(Susurramos poemas por la calle con los chicos del Taller de Palabras de la dirección de Cultura de la Municipalidad,
¡gracias a los chicos!)
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