Cuando el viernes llegaron los pibes y vieron los camisones colgados de vidrieras y paredes del taller, preguntaron por qué todos los camisones, todos blancos, de quién eran.
Entonces leímos el poema de Roberta Iannamico: Los camisones de la abuela.
Lo leímos dos o tres veces, preguntando y pensando.
Les gustó el juego de descubrir entre los camisones colgados, aquellos parecidos a los que Roberta enumera en el poema: ese es el campesino, aquella la enagua, y el vestido de ángel? y el marino?
En la mesa estaban los libros de Roberta, leímos más de sus poemas.
Leyeron en voz alta preguntando por qué no tenían puntuación, comentaron que se hacía difícil leerlos en voz alta, así. Los invité a leerlos varias veces, a descubrir la manera de hacerlo, vimos que había distintas formas, que uno podría elegir, encontrar el ritmo, el sentido en esa lectura. Marina se animó a poner ella la puntuación, con lápiz negro, en una copia. -¿Puedo ponerle los signos, preguntó?
Mientras leíamos nacían las ganas de escribir.
-¿Quieren probar con un poema?
-Sí, dale, escribamos.
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